SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

El cambio puede ser profundo; rápido no.-

 

El capital, es decir, la relación de trabajo por cuenta ajena es la forma de trabajo típica de nuestras sociedades; por eso las llamamos sociedades capitalistas, ya hemos visto cómo funciona esa relación, es decir, cómo se reproduce.

Esa relación es la que, en un principio, se propusieron  cambiar socialistas y comunistas, y la que, según hemos visto también, desistieron en su intento de cambiarla. Sustituyeron este objetivo por el de conseguir mejoras progresivas en las condiciones de trabajo, particularmente salario y jornada, y en las condiciones de vida (pensiones, asistencia sanitaria, educación, cultura, participación en las instituciones).

Pues bien, el cambio de esa relación, cabe pensar que podía seguir siendo el objetivo primero y principal de comunistas y socialistas; sin dejar de perseguir, como lo hacen ahora, la mejora en la condición de los trabajadores.

De manera que, el objetivo propio, el que distinguiría a socialistas y comunistas sería precisamente el de conseguir cambiar la relación de trabajo por cuenta ajena. Mientras que compartiría con otros grupos sociales (sindicatos, asociaciones, otros partidos) la lucha diaria por la mejora en las condiciones de los trabajadores.

La diferencia con los ensayos anteriores estaría en que el cambio buscado y perseguido no se pretendería que fuese rápido, aunque sí profundo. Con lo cual no estaríamos ante un cambio revolucionario, sino ante una transformación lenta y progresiva, y que apuntaría, desde el principio a la sustitución de la relación de trabajo capitalista, por otra que no tuviese este carácter.

El camino revolucionario no condujo al cambio pretendido, por muchas razones, pero una de las principales era que la revolución no era obra de los trabajadores, sino de los dirigentes de un partido político.  Y cuando se trata de cambiar una relación de trabajo, el protagonista ha de ser el trabajador.

Podrá tener apoyos, indicadores en el camino, consejeros, instructores, o lo que es más, coautores en el cambio, pero el conocimiento previo del camino a seguir, y el empuje en el recorrido, ha de hacerlo el obrero, los obreros. Es “su” cambio. O lo hacen ellos, o lo hacen otros por ellos, pero en este caso el cambio es de esos “otros”. Así ocurrió en Rusia, está ocurriendo en China y ocurre en Cuba.

El cambio en una relación de trabajo, como la capitalista, no puede ser rápido. La propia relación capitalista ha tardado en instalarse y generalizarse en todo el mundo, unos cuatro siglos. La relación de trabajo anterior era de otro tipo, y para desbancarla, había que remover toda su base, todos sus fundamentos, y así se hizo, pero no en un proceso revolucionario, sino en una larga marcha, con muchos retrocesos, muchas curvas y muchos parones. Los procesos de cambio, en geología (los cambios en la tierra), en biología (los animales) y también en las sociedades humanas, no son rápidos y espectaculares, sino lentos e inseguros.

El deseo revolucionario es eso, un deseo. La transformación en las relaciones de trabajo va precedida de muchas experiencias, de muchos intentos, en los que se va tanteando el nuevo terreno del cambio y en el que hay que distinguir constantemente qué es obra del deseo, y qué del conocimiento y de la práctica.

El movimiento obrero, en sus dos siglos escasos de funcionamiento, ha abundado en deseos, más que en la reflexión y consideración sobre su ya también abundante práctica.

Los deseos y el empuje fueron los motores de las primeras batallas contra los abusos del capital.

De esas primeras batallas se obtenían, normalmente, mejoras en las condiciones de trabajo, que era lo que se pretendía. Pero la larga contienda, diaria, constante, acababa aportando al joven movimiento obrero una sabiduría, un conocimiento: cómo combatir mejor frente al capital. Les enseñó cómo plantear una huelga, cuándo anunciarla, cuándo hacerla, cómo negociarla, cuándo terminarla. Van conociendo cada vez mejor al adversario en el combate. Van adquiriendo una técnica en el enfrentamiento y en la negociación, tanto con el capitalista individual, como en los enfrentamientos colectivos.

Este enriquecimiento en el saber hacer frente al capital, llega hasta nuestros días, en formas mucho más tecnificadas y profesionalizadas (los Sindicatos disponen de los mejores profesionales –ingenieros, profesores, abogados, etc.-, y de las mejoras técnicas de informática para fundar las peticiones de los trabajadores).

Este alto grado de conocimiento y de buena técnica en el enfrentamiento o negociación (normalmente las dos cosas), frente al capital, no ha aportado, sin embargo gran cosa, en el conocimiento y buena técnica en la sustitución del mismo como protagonista en la relación de trabajo, y en general, en la producción. Se le conoce bien para combatirlo, pero poco para sustituirlo.

Dicho de otra manera, todo el esfuerzo desplegado por el movimiento obrero frente al capital ha ido dirigido a su destrucción. Todo el conocimiento que sobre el capital ha proporcionado al movimiento obrero su eterno enfrentamiento con él, ha consistido en el descubrimiento de sus flancos más débiles para atacar por ellos en el momento más favorable.

Se llegó así a la convicción de que el sistema del capital no tenía unos fundamentos firmes, y que en todo caso, en su propio seno se movían unas fuerzas contra otras, de forma que más pronto que tarde todo el sistema se resentiría y se vendría abajo. Se trataba , por tanto, y de una manera preferente, de empujar para provocar el derrumbamiento total. Una vez producida la caída, los partidos obreros se suponían preparados para organizar el postcapitalismo, lo que vendría después del capitalismo.

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